miércoles, 15 de septiembre de 2010


MILANESAS…LECHUGA+TOMATE+CARIÑO…


Hay momentos durante el día, instantes donde estoy sola, sólo mis amigas personales Anekke y Alannis me acompañan, junto a la inevitable montura del tomate sobre la milanesa, y el cielo comenzando a respirar luz en mi espalda en que mi alma, vuela. Creo que son las 630, Vicente se ha ido a clases, y juntos salimos cuando aún es de noche, él a aventurarse con más de una hora en la combi (micro) y yo a la panadería de siempre a buscar las “figazas” redonditas y frescas que trae un chico en una bicicleta con una gran cesta de mimbre en el manubrio, y el frío que llega a los huesos. Vuelvo a casa, camino rápido y siempre me visto con los chalecos de mi viejo, para verme bien hombrecito y pasar “piola”. Vuelvo a la habitación 28 del hotel, quinto piso al final del pasillo, al lado de la “pileta” o batea como diría mi mamá, frente al baño que tira la cadena cuando quiere y una ducha que es más un hilito de agüita tibia que te hace pensar en simplemente abrir el agua fría. Por eso me baño en la ducha que queda a la vuelta del pasillo siguiente, porque esa sí es ducha, y tiene una ventanita que da a las azoteas de los siguientes edificios, y ves como el día comienza a correr mientras las ropas bailan junto al viento feroz de Buenos Aires.
Y vuelvo a estar sola, a mi bolsita de pan y mis mujeres cantantes, incluso una de ellas tiene el detalle de cantarme dos veces uno de mis temas favoritos. Mi mente viaja lejos, pienso en mi casa, bueno, mejor dicho en mi hogar en Chile. Estará aún durmiendo mi vieja? Habrá dormido bien? Camilo estará descansando? El Sebita seguirá con desvelos computacionales?
Pienso en Santiago a veces, en que está lejano el día de volver a ver las micros incoloras y sin sentimiento del puto transantiago, en los parquecitos, en los lugares que frecuenté y que me hacen recordar detalles que fugaces pasan por mi mente, como, diariamente, pasar fuera de un hotel que se llama “Sol y Luna” pero es tan distinto que solo genera una risa interna.
Pienso en cuándo volveré a nadar en los espesos cerros de Valparaíso, mientras aquí más de un vecino que nos oye hablar Chilensis en la cocina nos cuenta que también vivió ahí, en Valpo, en el cerro Barón, al lado del restaurant Juanita que era de una suegra “que tuvo”.
Cómo no pensar en Copiapó, MI Copiapó, ese silencio, es hora lenta, calurosa, cordial al encontrarte con rostros por todos lados, esas dunas que hoy guardan mis secretos, nuevamente en silencio.
Mi pena vuela como dice mi otro amigo personal Manuel García, que me acompaña con el misterio del Bufón y acordes simples y amigables. La lechuga ya ha seducido al tomate y se posa sobre el pan, bañándose en vinagre de alcohol y unos toquecitos de sal que luego pasan de ser percibidos por los paladares, pero que para mí son sazón.
Recuerdo momentos anteriores donde mi mente, confusa, tensa, triste y complejamente “odiosa” recurría a esas herramientas externas para volar y estar en paz. Hoy, mi libertad y el silencio de las mañanas me llevan más lejos, sin dejar nunca, de extrañar las locuras del “ayer”.
Ya las partes de los sanguches se devoran apretaditos en aluza y sobre una servilleta doblada en diagonal dos veces para que no se humedezcan. Comienzo a guardarlos en el recipiente barato del local de plásticos donde ya somos clientes frecuentes y una banderita Chilena dibujada en una hoja de cuaderno y pintada con lápiz pasta goza pegada con cinta adhesiva.
Viene la parte del café, pongo a hervir el agua en el hervidor Chileno mini y voy contando cucharadas de café Dolca y azúcar de la más barata. Los termos son plomitos y nos salvan del frío mientras los pancitos se venden solos. También el café se vende, aunque nos tomemos un buen resto buscando la excusa para volver a abrir la tapita y seguir disfrutando.
Ya estoy casi lista para partir, un mate cocido, un temita más en el compu, una ducha, contando los pesos argentinos para dar cambio y soñando con volver luego a casa sin sanguchitos huérfanos.
Mi caminar, con o sin lluvia sobre mi cara ya es de agrado, el sol, o las nubes ya tienen un tono claro y ha comenzado una nueva mañana de sobrevivencia. En la micro siempre me doy cuenta que me miran de reojo, debe ser porque tarde o temprano, el olorcito de las milanesas pasa la micro completa, y yo río por dentro cuando después de un rato, alguna concheta (cuica) se cambia de mi lado porque el olor de mi recipiente no va con su perfume.
Cerca de una hora, dependiendo del gran taco del centro de la ciudad, por Corrientes y Av. de Mayo y llego a puerto, donde me espera el flaco casi siempre con su cara de pájaro loco y la energía que desborda en sus palabras con tanta historia sin sentido que me hace reír. Comienza la venta a $5 pesitos de los sanguches y $2 pesos el café, pidiendo porfa hacerla corta…

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