Gustos de hombrecito, miro pasar mujeres delicadas, femeninas y yo, quiero ir a un café con piernas. No es nada de deseo carnal, no es voyerismo. Me gusta captar las vidas ajenas, conocer las mayores historias posibles, más cuando a la gente le gusta hablar, contar su vida en capítulos poco detallados donde lo que se expresa, es lo más importante, donde seguramente mil detalles quedaron fuera, donde mientras te cuentan, vuelven a sus almas sus momentos, imágenes fotográficas de recuerdos, de etapas.
Uno de esos días sin mucho sentido más que hacer trámites y ver pasar cientos de miles de miradas pérdidas por los semáforos y micros pegajosamente llenas, me invitaron a un café con piernas. Quien me invitó, sabe que es una de las cosas que quiero y debo hacer antes de morir. Como tirarme en Ben ji, comer bichos o fumar Chasis del verdadero.
Miramos varios locales, algunos muy popis, cuicos, bonitos, no no no, quiero algo trucho, algo oscuro, algo casi ilegal. Llegamos a uno donde había una extranjera fuera, centroamericana con piel de color, algún grado de sobrepeso que con esa gruesa piel, dejaba ver sólo el esfuerzo y sangre negra. Le preguntamos si yo, mujer, podría entrar. Nos respondió que sí, y comenzó la aventura.
Luces de colores, unos 20 metros cuadrados de oscuridad, papeles multicolores y una recepción bastante peleada por hacernos clientes de una, y sólo una mujer. Así nos agarró una negra, con un cuerpazo agresivo, un bikini diminuto y fluorescente, y aunque nunca supimos su nombre, sí su historia, sus bailes sexys y su sonrisa sincera.
Cuarenta años, abuela ya, de República Dominicana, trabajaba aquí en Santiago en una peluquería donde nos contaba que le iba muy bien, pero el horario no le favorecía para ver a sus hijos pequeños. En este trabajo actual, podía irse temprano a casa, y le gustaba tanto bailar, que estaba en su salsa, siempre meneándose con reggaetón de Centroamérica, mirándose al espejo a todo momento como sus curvas hacían de las suyas en su reflejo.
Pedimos café, y ella nos pidió que le invitáramos una cerveza. Era medio día y llevaba creo que 5 cervezas en el cuerpo, y nos decía que no le pasaba nada. El calor te llamaba a tomar y tomar, quizás también el alcohol apaciguaba la situación de hombres constantemente excitados y hambrientos de carne.
Bailé un poco de salsa con ella, con botas plateadas y muy altas, su pelo trenzado y rubio, sus facciones delicadas para ser negra, y ella misma nos contaba que era de gusto de los hombres por ser negra, pero bonita.
Se nos acabó prontamente el café, mientras la “negra sabrosa” nos contaba que había dicho mentiras para sacar una visa a Canadá y que luego, la pillaron y llegó aquí, a Chile, donde está contenta, le gusta la gente, aunque la encuentra fome. Estoy de acuerdo. Creo que por eso me preguntó como cuatro veces si era americana, si éramos extranjeros, o lo loco que estábamos para ser chilenos y estar ahí, bailando con ella.
Mi premio fue que dijo que yo era una bakana, quizás media rara, pero curiosa por sobre todo. Una experiencia más, que debo retratar en letras, primero para no olvidarlo, y tal vez, para contagiar locura sana y sincera, sin andar buscando meterme en problemas; me cargan los problemas. Sino disfrutar cosas que por mi género se me “prohíben”, sólo porque la sociedad así lo quiso. Vi a esta negra sabrosa bailar, reír, menearse frente a ella misma y afirmar que la vida sin un compañero no tiene sentido, que estar solo es una lata, que hay que disfrutar frente a todo. Aunque como conversamos las siguientes 3 horas con mi compañero de aventuras freak, yo prefiero vender parches curitas o las famosas milanesas de soja, antes de ponerme el famoso hilo dental llamado colalés y dejar la vergüenza en casa, para que más de un desconocido quiera tocarme una pechuga o invitarme a hacer tríos extraños o sexo voyerista extremo, como nos contó esta mujer.
Valentía por sobre todo, y por qué no, sabrosura de la vida que nos dejó esta mujer, que seguramente no volveré a cruzarme en la vida, sonreír al paso de una rica salsa, conquistar la paz interior que no creí ver en un lugar así.
Y sí, fui a un café con piernas, trucho en Santiago de Chile.
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