
Mi pelo tiene vida propia, se luce frente a ojos ajenos, y siempre me lo tomo cuando entro al metro, para no incomodar narices ajenas con picazón. Mi cabello habla, le sonríe al sol y a las personas de buen corazón. Mi pelo crece, con mi dolor, mi desgano y mi timidez. Me acompaña con alegrías, sabe cuando lo cuido y cuando lo dejo. Mi pelo es mi espejo, es mi alma, y todos lo notan, hasta yo que cuando lo observo, lo quiero un poquito más; y le pido disculpas, por haberlo dejado atrás, más de una vez, cuando no quería respirar.
Mi cabello sonríe conmigo, de manera sencilla y libre. Nunca lo había querido tanto como hoy.
Antes no lo escuchaba, no le prestaba atención y no valoraba lo importante de cuidarlo, aunque sean cabellos que involuntariamente acompañan todos mis pasos, mis secretos, mi vanidad que dormía junto a mi identidad. Hoy mis risos son amigos, compañeros de aventuras, y nostalgia de caricias que ya no están, aunque busque y busque manos suaves que hacían florecer cada nota de color que se posa en mí ser.
Hoy me siento más mujer y cepillo mi cabello en cada amanecer. Ahora tengo menos gustos para poder cuidar con cariño cada ducha que regalo al brillo misterioso del color que me transforma, me hace sonreír, me regala vida sin tener idea, mi cabello, me ayuda a seguir, sin que lo sepa, o quizás, lo hace sabiendo cuanto deseo seguir viviendo.
Era mi padre quien nunca aprobó cuando llegaba a casa con algún violento gesto de rebeldía con mi apariencia cuando era adolecente. Nunca estuvo de acuerdo cuando llegaba con el pelo azul, con un corte poco favorable, con algún detalle donde mi femineidad quedaba cada vez más escondida. Y aunque él amaba la libertad y casi siempre usó el pelo largo, me rogaba que dejara hablar a mi naturaleza, que amara mi realidad, tal cual soy.
No era necesario buscar salidas de expresión con poco cuidado de mi misma. Y ahora lo entiendo, con los últimos años, comencé a mirarme, a cuidar mis cabellos, y los dejé crecer en libertad. Cada día que me subía al auto de mi padre, siempre siendo copiloto y dejando a mis hermanos en el asiento trasero, como la regalona, él me tocaba desde la frente, acariciando cada cabello hasta los hombros, con el suave… “que linda estás”, ó “que lindo tienes el pelo hija mía”.
Hoy ya sus manos no están, pero mi cuerpo sigue expresando su cariño al amarme a mí misma, y cuidar la dulzura que me inculcó con caricias y amor de manos gorditas. Hoy mi pelo crece en su honor, con las mismas formas que tenía él, con ansías de llegar del trabajo y soltarse el pelo amando el viento como mi pelo también disfruta hoy, aunque sea aire vacío de su amor, sigue siendo aire, sigue siendo libertad.
Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte, entre otras cosas, el volver a levantarse en la vida sintiéndome más sola, pero acompañada de los colores de mi alma en el espejo, con ganas de seguir sintiendo, que si mi pelo sigue creciendo, es amor para amar, es la lucha para poder empezar, nuevamente, como mujer, como hija, como la princesa que todas queremos ser.
Hoy, mi pelo tiene los colores de la sangre de mi madre, y las ondas y la vida propia de mi padre. Hoy, daría cada cabello por volver a sentir las manos suaves y el comentario de elogios de quien amó más que nadie, cuando comencé a cepillar mi amor propio. Mi pelo
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